viernes, 15 de junio de 2012

Hay algo...


Hay algo en mi que detesto, que no puedo manejar y me fastidia, es ese “don” por así llamarlo, de poder leer a la gente y a las situaciones y no equivocarme, es en cierto punto beneficioso, porque me permite saber de antemano con qué cartas juego si se permite el eufemismo, pero al mismo tiempo es una maldición el no tener margen de error y el no poder cambiar ciertos hechos… a pesar de serme tan evidentes. Otra cuestión, ligada a esto, es el no poder (en algunos casos) separar los sentimientos, es decir, uno no puede cambiar los dichos y las acciones de terceros pero puede actuar sobre la repercusión de esos hechos en uno mismo;  no puedo dominarlo, muchas veces repercuten en mí; es torturante, es como si viviera a orillas de un río, y, de un momento a otro me doy cuenta de que la creciente se acerca, evidentemente no hay nada más que hacer al respecto que  retirarse, pero por x motivo uno puede hacerlo, el río crece y te arrastra la corriente con todo y casa… algo así, ahí estoy yo, como un camalote a la deriva sin poder volver a la orilla o a aguas calmas. Ahora el problema mayor es que cuando uno se cansa de remar flota… hasta que se hunde; se ahoga.

Claro que cuando uno está remando a más no poder para mantenerse a flote y llegar nuevamente a la calma desplaza  el remo para todos lados y en todas direcciones, por tanto muy pocos se salvan de recibir algún que otro palazo por la cabeza, se acerquen por la situación que se acerquen. Si se me permite continuar con las metáforas.

Hay algo en mí que adoro, esas fuerzas que me hacen seguir adelante no importe qué… ese no quedarse porque lo que permanece mucho tiempo estancado se pudre. Ese seguir fluyendo ante  todo y el darme cuenta que a pesar de que me rodean aguas estancadas, hasta el más triste cieno sirve de abono.
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