Hay algo en mi que detesto, que
no puedo manejar y me fastidia, es ese “don” por así llamarlo, de poder leer a
la gente y a las situaciones y no equivocarme, es en cierto punto beneficioso,
porque me permite saber de antemano con qué cartas juego si se permite el
eufemismo, pero al mismo tiempo es una maldición el no tener margen de error y
el no poder cambiar ciertos hechos… a pesar de serme tan evidentes. Otra
cuestión, ligada a esto, es el no poder (en algunos casos) separar los
sentimientos, es decir, uno no puede cambiar los dichos y las acciones de
terceros pero puede actuar sobre la repercusión de esos hechos en uno
mismo; no puedo dominarlo, muchas veces
repercuten en mí; es torturante, es como si viviera a orillas de un río, y, de
un momento a otro me doy cuenta de que la creciente se acerca, evidentemente no
hay nada más que hacer al respecto que
retirarse, pero por x motivo uno puede hacerlo, el río crece y te
arrastra la corriente con todo y casa… algo así, ahí estoy yo, como un camalote
a la deriva sin poder volver a la orilla o a aguas calmas. Ahora el problema
mayor es que cuando uno se cansa de remar flota… hasta que se hunde; se ahoga.
Claro que cuando uno está remando
a más no poder para mantenerse a flote y llegar nuevamente a la calma desplaza el remo para todos lados y en todas
direcciones, por tanto muy pocos se salvan de recibir algún que otro palazo por
la cabeza, se acerquen por la situación que se acerquen. Si se me permite
continuar con las metáforas.
Hay algo en mí que adoro, esas
fuerzas que me hacen seguir adelante no importe qué… ese no quedarse porque lo
que permanece mucho tiempo estancado se pudre. Ese seguir fluyendo ante todo y el darme cuenta que a pesar de que me
rodean aguas estancadas, hasta el más triste cieno sirve de abono.
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